Cuando empecé mi listado de distopías escritas por mujeres, el nombre de Ursula K. Leguin fue de los primeros en aparecer. Llevaba tiempo queriendo leer algo de esta prolífica y premiada autora, por lo que mi pequeña aventura distópica era la excusa perfecta para romper el hielo.
Publicada en 1974, esta novela se llevó los premios Nébula, Locus, Hugo y Prometheus. No es una mala referencia, desde luego. Englobada dentro del género distópico, esta historia nos sitúa en el planeta Urras y en su luna, Anarres. En el primero nos encontramos con un capitalismo salvaje, en el segundo el anarquismo más absoluto. La acción comienza cuando el científico de Anarres, Shevek, viaja hasta Urras. La historia se dividirá entonces en dos líneas temporales: el pasado de Shevek en Anarres y su presente en Urras, utilizando las vivencias del personaje en ambos mundos para ofrecernos una crítica exhaustiva de ambos.
Poniéndonos en contexto, la novela fue escrita cuando aún estaba en pie el Muro de Berlin. Siendo Le Guin estadounidense, no creo que sean casualidad las constantes referencias al muro que aparecen en el libro. Nos encontramos, por tanto, en plena Guerra Fría. Dos sistemas enfrentados: el capitalismo norteamericano y el comunismo soviético. Como toda buena distopía, Los desposeídos se apoya en el presente para tratar de advertirnos sobre el futuro.
Al fin y al cabo, aquél era el único muro-frontera en el mundo conocido.
Se trata, además, de una crítica brutal a ambos sistemas. Le Guin no se corta y nos muestra las miserias de ambos mundos sin tapujos, así como también nos muestra su esplendor. Los claroscuros de toda sociedad destripados para que el lector decida si está ante una distopía o una utopía.Una muestra de grises que produce incomodidad en un lector acostumbrado al blanco y negro.
No faltan los elementos distópicos más recurrentes. En Anarres se nos muestra un lenguaje creado por los anarquistas que abandonaron Urras en busca de un sueño. Un lenguaje práctico, que ha servido como medio para un fin. Un lenguaje que recuerda mucho a la neolengua de Orwell. ¿Cómo expresar algo cuando no existe una palabra para ello? Interesante planteamiento el de Le Guin, ya que no se limita a hablarnos del aspecto negativo, sino que aporta una visión positiva sobre el asunto.
En el idioma que Shevek hablaba, el único que conocía, no existían expresiones coloquiales posesivas para el acto sexual. En právico no significaba absolutamente nada que un hombre dijese que había «tenido» a una mujer. La palabra de significado más aproximado y que también se empleaba secundariamente como una maldición, era especifica: significaba violar. El verbo usual se conjugaba únicamente con un sujeto plural, y sólo era posible traducirlo a una palabra neutra como copular. Significaba un acto realizado por dos personas, no algo que hacía o tenía una persona.
El feminismo también es uno de los temás clave de la novela. Frente al patriarcado de Urras, nos encontramos con el feminismo de Anarres.
—¿Es cierto, doctor Shevek, que en la sociedad de ustedes tratan a las mujeres exactamente igual que a los hombres?
—Eso equivaldría a desperdiciar un muy buen equipo —respondió, riendo, y cuando advirtió hasta qué punto la idea era ridícula se echó a reír otra vez.
Una sociedad que ha avanzado hacia la igualdad absoluta, que ha normalizado la homosexualidad y la promiscuidad, que comprende la sexualidad como una parte más de la naturaleza humana y la vive sin tapujos.
Mucha gente opinaba que ese concepto de fidelidad no era aplicable a la vida sexual. La feminidad, decían, la había impulsado a rechazar la verdadera libertad sexual; y en este aspecto, si no en otros, Odo no había escrito para los hombres. Había tantas mujeres como hombres que objetaban lo mismo, de modo que no era la masculinidad lo que Odo parecía no haber comprendido, sino todo un tipo o sector del género humano, aquellas personas para quienes la experimentación es el alma misma del placer sexual.
Los nombres tienen cierta relevancia en la novela. Mientras que en Urras utilizan un sistema de apellidos similar al que nosotros conocemos, en Anarres han avanzado hasta el individualismo absoluto: es una computadora la encargada de asignar a cada habitante de Anarres un nombre único, completamente unisex que solo podrá ser reutilizado tras el fallecimiento de su propietario.
Un anarresti no necesitaba otra identificación que la del nombre. El nombre, por lo tanto, era considerado parte importante del yo, aunque uno no pudiera elegirlo más que la nariz o la estatura.
La preocupación por el medioambiente y el ecologismo, que se encontraba en pleno auge en los 70, también tienen su lugar en la novela. La austeridad de Anarres se plantea como una alternativa lógica a la destrucción inevitable del planeta a la que parece conducir el uso indiscriminado de recursos.
Mi mundo, mi Tierra, es una ruina. Un planeta arruinado por la especie humana. Nos multiplicamos y nos devoramos unos a otros y peleamos hasta que no quedó nada en pie y entonces perecimos. No dominábamos ni nuestros apetitos ni nuestra violencia; no nos adaptamos. Nos destruimos a nosotros mismos. Pero primero destruimos el mundo (…) Fracasamos como especie, como especie social.
La comunicación es otro punto relevante en esta historia. No en vano, es la finalidad misma del viaje de Shevek y de su principio de transimultaneidad. Toda una declaración de intenciones por parte de la autora, que toma prestada la voz de su protagonista para evidenciar sus pensamientos.
Piensan que si la gente posee muchas cosas se contentará con vivir en una cárcel. Pero yo no acepto eso. Quiero derribar los muros.
Los hombres no pueden saltar a través de grandes abismos, pero sí las ideas.
Pero no es oro todo lo que reluce y Anarres también tiene sus sombras. Todo aquello, o aquellos, que no comulgue con sus ideales se ve apartado de su idílica sociedad. Le Guin nos habla de algo llamado el Hospicio, que no es más que otra forma de presentarnos una Habitación 101. Siempre hay un lugar para los disidentes.
La vía más eficaz para destruir las ideas no es reprimirlas sino ignorarlas.
A través de los ojos de Shevek vamos conociendo los pomenores de este planeta y, a la vez, conociendo la aparentemente idílica Urras. Una visión por supuesto subjetiva y basada únicamente en lo que él conoce del planeta, lo que le ha sido mostrado. ¿Y quién mostaría sus miserias a un extraño? A fin de cuentas, la misión por la que Shevek llega a Urras es meramente propagandística. De nuevo volvemos a la Guerra Fría.
No es maravilloso. Es un mundo feo. No se parece a éste. Anarres es todo polvo y colinas secas. Todo estéril, todo seco. Y la gente no es hermosa. Tienen manos y pies grandes, como yo y como este camarero. Pero no grandes vientres. Se ensucian mucho, y se bañan juntos, nadie aquí lo hace. Las ciudades son muy pequeñas e insignificantes, son tristes. No hay palacios. La vida es opaca, y el trabajo duro. Uno nunca puede tener lo que quiere, y ni siquiera lo que necesita, porque no hay para todos. Ustedes los urrasti tienen suficiente para todos. Aire suficiente, lluvia suficiente, pastos, océanos, alimentos, música, edificios, fábricas, máquinas, libros, ropas, historia. Ustedes son ricos, nosotros pobres. Ustedes tienen, nosotros no tenemos. Todo es hermoso aquí. Menos las caras. En Anarres nada es hermoso, nada excepto las caras. Las otras caras, los hombres y las mujeres. Nosotros no tenemos nada más. Aquí uno ve las joyas, allí uno ve los ojos. Y en los ojos ve el esplendor, el esplendor del espíritu humano. Porque nuestros hombres y mujeres son libres. Y ustedes los poseedores son poseídos. Viven todos en una cárcel. Cada uno a solas, solitario, con el montón de lo que posee. Viven en una cárcel y mueren en una cárcel. Eso veo en los ojos de ustedes… el muro, ¡el muro!
Pese a la inexistencia de leyes o gobierno aparente, en Anarres nos encontramos con el odonismo, la base de la sociedad de Anarres ideado por Odo, la mujer que dejó Urras para fundar su propia colonia anarquista. De sus enseñanzas se extraen interesantes reflexiones que la autora va dejando a lo largo de la novela.
Un niño libre de la culpa de la propiedad y el peso de la competencia económica crecerá con el deseo de hacer lo que necesita hacer, y con la capacidad de disfrutar lo que hace. Es el trabajo inútil lo que enturbia el corazón.
Anarres es el sueño, el ideal. Recuerda al comunismo teórico y al anarquismo. Es una utopía y, sin embargo, Shevek parte hacia Urras en busca de una salida. Dos sociedades, la de Anarres y la de Urras, utópicas en superficie y, sin embargo, basta arañar un poco para descubrir la distopía que encierran.
En Anarres no tenemos nada más que nuestra libertad. No tenemos nada que daros excepto vuestra propia libertad. No tenemos leyes excepto el principio único de la ayuda mutua. No tenemos gobierno excepto el principio único de la libre asociación. No tenemos naciones, ni presidentes, ni ministros, ni jefes, ni generales, ni patronos, ni banqueros, ni propietarios, ni salarios, ni caridad, ni policía, ni soldados, ni guerras. Tampoco tenemos otras cosas. No poseemos, compartimos. No somos prósperos. Ninguno de nosotros es rico. Ninguno de nosotros es poderoso. Si lo que vosotros queréis es Anarres, si es ése el futuro que buscáis, entonces os digo que vayáis a él con las manos vacías. Tenéis que ir a él solos, solos y desnudos, como viene el niño al mundo, al futuro, sin ningún pasado, sin ninguna propiedad, dependiendo totalmente de los otros para vivir. No podéis tomar lo que no habéis dado, y vosotros mismos tenéis que daros. No podéis comprar la Revolución. No podéis hacer la Revolución. Sólo podéis ser la Revolución. Ella está en vuestro espíritu, o no está en ninguna parte.
La novela entera está llena de frases reseñables. Un relato que, si bien plantea una historia simple, gana al lector por la fuerza de sus diálogos y sus certeras reflexiones. Una distopía que me ha recordado más a «Un mundo feliz» que a «1984», con todo lo que ello implica. Una historia que hay que leer y una autora, sin duda, a la que hay que conocer.
«La revolución está en el espíritu del individuo, o en ninguna parte. Es para todos, o no es nada. Si tiene un fin, nunca tendrá principio».