El verano me convertí en una groupie

Yo no siempre he sido como soy ahora. He tenido épocas en las que he sido otra. No sé si por los hechos o por las circunstancias, he vivido fragmentos que pertenecían a vidas ajenas. Un ejemplo de esto es el verano que me convertí en una groupie.

He de comenzar esta historia subrayando que yo nunca me he considerado fanática de nada. Las cosas me interesan en mayor o menor medida, pero nunca he sentido la necesidad de llegar al extremo con nada. Nunca he sentido esa sensación de plenitud que puede darte algo tan absurdo como un ídolo. No, yo nunca había sido fanática de nadie hasta aquel verano. Aquello fue diferente.

Todo empezó sin que yo me percatase. Creo que fue culpa de la carta. La carta de J, una chica agorafóbica con un sueño: conocer a su ídolo. Yo por aquel entonces tenía dieciocho años y la extraña idea de que el mundo solo podía ser cambiado con pequeños gestos. Por eso decidí ayudar a J. Por eso y porque, aunque nunca tuve ídolos, la música de aquel tipo me fascinaba y, si tenía que ser una groupie, él era el candidato perfecto.

Puede que no sepáis nada de la agorafobia. Yo por aquel entonces no sabía nada y, hoy día, no considero que sepa mucho. La agorafobia es tener miedo al miedo. Las personas agorafóbicas tienen miedo de encontrarse en situaciones donde puedan sufrir ataques de pánico. Sobre todo, temen los lugares públicos con grandes cantidades de gente.

El problema de J era el siguiente: ella quería conocer a su ídolo y, por supuesto, verle en concierto. Ella no podía ir sola, necesitaba a alguien que la apoyase, que la acompañase y, ese alguien, no podía ser de su entorno. Si algo temen los agorafóbicos es hacer el ridículo. Y ella pensaba que sufrir un ataque de pánico era vergonzoso.

Ese fue el motivo de su carta. J quería que yo, una completa desconocida con la que solo había intercambiado un par de cartas, la acompañase a ver aquel concierto. Así que, contra todo pronóstico, una semana más tarde tenía una maleta y un billete a Barcelona para cumplir el sueño de J. Comenzaba mi transformación en groupie.

Nos conocimos en las Ramblas. Si conocerse en las Ramblas es mágico, conocer a J fue maravilloso. Para ella habían sido muchos años de lucha poder estar allí, en una calle concurrida, fingiendo que nada ocurría. A mí me costaba comprenderlo entonces pero siempre supe apreciarlo. J era una luchadora.

En aquella reunión éramos tres las implicadas. Ya os he hablado de J y a mí me conocéis un poquito. La tercera era V.

V era una chica que, como yo, había sabido de la historia de J y quería ayudarla. Su caso era particularmente especial ya que V no era de España, ella era de Sudamérica. Era una de esas groupies de manual, una persona tan entregada a su ídolo que había pospuesto su vida para más tarde. Todo lo que le interesaba era él y lo que él hacía. No conocía más, no creía que otra forma de vivir fuera posible. Por extraño que parezca, V era plenamente feliz de aquella manera. A ella le bastaba un guiño de su ídolo durante un concierto para rozar la euforia.
V había asistido a la gira latinoamericana completa. Había recorrido países alojandose en casas de otras chicas que, como ella, se sentían unidas por una causa. Eran chicas anónimas para mí, una cadena de desconocidas que se entregaban plena confianza sin exigir nada a cambio. Aquel era el movimiento fan, una forma de entender la vida que jamás habría imaginado.

El objetivo de V a largo plazo era asistir a la gira española de la misma manera que había hecho en sudamérica. Su objetivo a corto plazo era ayudar a J en aquel concierto, el primero de todos, el más pequeño. En aquel momento, V y yo no éramos tan diferentes.

El concierto no había sido elegido al azar. No solo era el primero de la gira, si no que era el de menor aforo. Aquello era una señal, pensó J cuando decidió escribirnos. Aún hoy yo pienso que realmente lo fue.

La noche del concierto yo empezaba a estar nerviosa. No era, ni mucho menos, el primer concierto al que asistía pero sí que fue el primer concierto que viví con tanta intensidad. Cuando eres una groupie un concierto no es una banda tocando sobre un escenario. Cuando eres una groupie sobre ese escenario está tu vida entera, todo lo que deseas y todo lo que alguna vez has querido. Es muy intenso sentir de esa manera. Es algo que solo se puede comprender desde dentro.

Los instantes previos al comienzo son los mejores. Nosotras estábamos allí, en primera fila. V ya era veterana en la gira y todos los de organización la conocían. Una devoción así hay que recompensarla de alguna manera. A nuestro alrededor había más groupies. Algunas se conocían y se saludaban entusiasmadas. Otras, sin conocerse, intercambiaban risas nerviosas y elogios hacia su ídolo. Era como estar en el centro de una gran familia de desconocidas que, de alguna manera, se sienten vinculadas. Para ellas es natural estar ahí, abrazando a alguien con quién solo han intercambiado algún email o a quién quizás conocieron hace cinco minutos, mientras cantaban a capella alguno de sus temas favoritos. Y eso es la espera: la emoción contenida, estar en un lugar donde eres aceptado, donde todos te comprenden y se sienten como tú te estás sintiendo. Es el momento en el que puedes ser completamente tu. Allí puedes cantar desafinando tu estrofa favorita y recordar como aquella sonrisa del concierto del 98 iba dirigida solamente a ti. Es una hermandad, una unión tan fuerte que solo puede vivirse.

Luego aparece él sobre el escenario y todo cambia. Ya solo hay gritos, lágrimas, mecheros encendidos, bocas que se mueven al ritmo de la suya… y algo mágico en el ambiente que consigue emocionar. Nunca he entendido bien de que se trata pero sé que, desde aquel concierto, no volví a vivir ninguno de la misma manera.

J estaba pletórica. Aguantó todo el concierto sin derrumbarse y, salvo dos apretones fuertes a mi mano, no la vi ponerse nerviosa. Fue hermoso verla disfrutar de aquella manera, liberarse de algún modo.

Lo que vino después no sabría definirlo porque, a día de hoy, sigo sin creerlo del todo. Era una pausa de esas que, entre canción y canción, entregan unas palabras del ídolo al público. Allí estaba él, los tópicos de siempre, los agradecimientos… y entonces nos miró, a nosotras, a las tres desconocidas unidas por una causa… y dijo que sabía que aquel concierto era especial porque una persona había luchado mucho para estar allí y que quería agradecernos el haberlo hecho posible. Después una nueva canción, la que desde entonces se convirtió en mi preferida.

V lo hizo posible. Ella quiso que aquel momento especial fuera para J inolvidable. Ella quiso que una desconocida viviera un instante memorable en su vida. Eso no puede comprenderse hasta que eres una groupie, hasta que estás en esa primera fila y ves como tu desconocida rompe a llorar de pura felicidad. Entonces te emocionas y sabes que, sin quererlo, ese momento especial también es un poquito tuyo.

Cuando terminó el concierto cometimos alguna locura más. Esperamos hasta que él salió y le seguimos hasta el hotel donde se alojaba. Fue una persecución de película, amenizada con sus canciones y buenas anécdotas de otros conciertos. Hubo risas y hubo histeria, anhelos y deseos. Fue como perseguir un sueño. Yo nunca había puesto tantas ganas en conseguir algo. Fue divertido, muy divertido.

No conseguimos verle, pero aquello no importó. Ellas sabían que no iban a desistir, que habría más conciertos y más oportunidades. Para mí aquel era mi primer y último verano como groupie pero, aún así, me quedé con una sensación de ligera esperanza. Algún día, pensé, lo conseguiremos.

Han pasado algunos años desde aquel verano. Ya no soy la chica que creía que siendo una groupie arreglaría el mundo. Puede que consiguiera algo, no lo sé. No volví a ver a J y tampoco a V. Nos escribimos un tiempo hasta que la distancia hizo el olvido. Luego pasé página.

Fui a muchos conciertos después de aquel y ninguno fue igual. Nunca volví a sentir aquello pero tampoco lo pude olvidar. Hoy veo en televisión las largas esperas, los gritos histéricos, las lágrimas… y entiendo. Comprendo lo que están sintiendo, comprendo sus emociones. Hace poco estuve en un concierto del ídolo de aquel verano. Años más tarde yo no era la misma pero él seguía despertando las mismas pasiones. En la primera fila seguían aquellas groupies inamovibles, fieles y entregadas que coreaban su nombre con entusiasmo y juro que, durante una milésima de segundo, desee estar allí con ellas.

Pd. Seguimos con el concurso navideño!