El otro día me “colé” en una charla tuitera que me pareció de lo más interesante. Tras una recomendación de The Handmaid’s Tale (serie, no libro. Por favor, dejad de recomendar la maldita serie, el libro es infinitamente superior) se inició un pequeño debate sobre distopías. En concreto, el tuit que me hizo intervenir decía algo así como que El cuento de la criada era una mala distopía porque no miraba hacia el futuro, como sí habían hecho distopías precedentes. Concretamente se citaban las tres más conocidas: 1984, Un Mundo Feliz y Fahrenheit 451.
En realidad, las distopías se apoyan en el presente para tratar de advertirnos sobre el futuro. Las distopías son una forma de crítica, brutalmente efectiva por su fuerza visual y su capacidad de dar forma a nuestros miedos. El hecho de que la distopía guarde una inquietante similitud con el presente es lo que consigue que dotarla de realidad y, de esta manera, la distopía se convierte en un futuro plausible. Al contrario de lo que sucede con la ciencia ficción, la distopía ya ha sucedido o está sucediendo. Los hechos se deforman, se magnifican… pero sus raíces se nutren de la realidad.
Mucho he hablado sobre distopías. Concretamente en un artículo que dividí en dos partes, en las que desarrollé los elementos clave de toda distopía y las interpretaciones políticas y sociales de las mismas.
Es sobradamente conocido que George Orwell era un antiestalinista declarado. Escribió 1984 en 1949, tras la Segunda Guerra Mundial. Después de haber vivido en sus propias carnes la Guerra Civil Española, en la que participó como miliciano de las POUM. Aldous Huxley, por su parte, escribió Un mundo feliz en 1932. El Ford de su novela no es otro que Henry Ford, padre de las cadenas de producción modernas utilizadas para la producción en masa. Uno de los símiles más evidentes de la novela, es la cadena de producción de seres humanos que se muestra al principio de la misma. La obra de Ray Bradbury fue escrita en 1953, en plena Guerra Fría. El escritor estadounidense vivió los años del Macartismo (1950-1956), la persecución anticomunista de Joseph McCarthy. Uno de los principales perjudicados de esta caza de brujas fue el germio de los escritores, que fueron víctimas de una ley no escrita que impedía publicar nada a cualquiera que fuera sospechoso de ser comunista. Además, se censuraron más de 30000 libros, que fueron retirados de bibliotecas y librerías.
Es fácil ver las similitudes entre el presente que vivieron estos tres escritores y sus obras más significativas. Cada uno, a su manera, criticó duramente la realidad en la que le tocó vivir y lo hizo a modo de advertencia: si no hacemos algo para evitarlo, el futuro será aún peor.
Ahora bien, ¿qué hay de El cuento de la criada? Aunque se haya puesto de moda recientemente, lo cierto es que esta novela fue publicada en 1985. Hago el calculo rápido porque fue el mismo año en que nací yo: 32 años. ¿Qué pasaba en el mundo mientras Margaret Atwood escribía su distopía?
Margaret Atwood escribió El cuento de la criada entre 1984 y 1985, coincidiendo con el mandato presidencial de Ronald Reagan en Estados Unidos (1981 -1989) y de Margaret Thatcher (1979-1990) en Reino Unido. Un resurgimiento de periodo conservador de la derecha alimentado por un fuerte y bien organizado movimiento religioso conservador que criticaba lo que ellos percibían como los excesos de la revolución sexual de los 60 y 70s. El poder de esta derecha religiosa hizo crecer el miedo de las feministas a perder todo lo que se había conseguido en las décadas previas.
Además, estamos en los 80s: las grandes preocupaciones de la socidad son la degradación ambiental, los peligros de la energía nuclear (unos años antes, en 1979 tenía lugar el incidente nuclear de Three Mile Island, poco después de la publicación de la novela, el de Chernóbil) y la baja tasa de nacimientos. También enfermedades como el SIDA, descubierto en la época y del que aún no se conocían sus consecuencias a largo plazo (mencionado, además, en las notas históricas de la novela).
Y no sólo es el contexto histórico, es el lugar. Curiosamente, Atwood empezó a escribir el libro en Berlín Occidental en primavera de 1984, cuando el muro estaba aún en pie. Es muy probable que el famoso muro inspirase el que aparece en la novela, así como la Guerra Fría podría haber inspirado todo lo relacionado con la estructura militar de la clase gobernante o la policía secreta (Los Ojos). De hecho, la propia Atwood reconoce en el prólogo de la novela que sus incursiones en el otro lado del Telón de Acero (Checoslovaquia, Alemania Oriental) le sirvieron para experimentar la sensación de ser objeto de espionaje: silencios, cambios de tema repentinos, formas indirectas de transmitir información… ese es el ambiente que se respira en la novela, no hay duda.
Pero hay mucha más realidad en el libro, de hecho, la propia autora ha confesado, al escribir The Handmaid’s Tale procuró no incluir nada que no tuviera un antecedente histórico o una comparativa con la actualidad. Prefería que su libro fuera catalogado como ficción especulativa en lugar de como ciencia ficción. Su intención con la novela no era únicamente responder la pregunta esencial que toda distopía plantea: ¿Podría suceder aquí?, sino sugerir además que ya había sucedido en algún lugar.
En 1967, el presidente de Rumanía decretó el aumento demográfico de la población rumana. Con el conocido como Decreto 770 se imponía a las mujeres el deber de parir la mayor cantidad posible de hijos, cuatro como mínimo. Además, prohibió el aborto y el uso de anticonceptivos. La llamada “Ley de Continuidad Nacional” dictaminaba que «quienes no asumen el deber de tener hijos son desertores de la nación». Las mujeres rumanas eran sometidas a pruebas mensuales de embarazo y tenían que entregar justificantes médicos en el caso de no haber quedado embarazadas en un tiempo. Quienes abortaban o ayudaban a las mujeres a abortar, eran castigados con la cárcel. Había un estricto control policial al respecto. En tres años, más de 2 millones de niños nacieron en el país, muchos de ellos no deseados fueron abandonados y terminaron viviendo en las cloacas, en orfanatos o muertos. En 1989, cuando cayó el régimen, Rumanía registraba la tasa de mortalidad infantil más elevada de Europa. Más de 10.000 mujeres fallecieron a consecuencia de abortos clandestinos. En Gilead, debido al grave problema de infertilidad que sufre la población, se produce una situación similar. El aborto está absolutamente prohibido, así como los anticonceptivos. Además, las criadas son sometidas a pruebas mensuales de embarazo y a revisiones médicas periódicas en caso de no lograrlo.
Entre 1869 y 1976, miles de niños de aborígenes australianos que fueron secuestrados de sus familias por el Gobierno australiano y por algunas misiones religiosas cristianas. A día de hoy, la cifra sigue sin concretarse. No es nada que no nos suene. En España, durante la dictadura franquista (1939 – 1975) se produjeron más de 30.000 robos de niños. Lo mismo sucedió en Argentina, durante la dictadura de Videla (1976-1983) donde más de 500 niños fueron robados. Otro caso sonado fue el de Lebensborn, en la Alemania nazi. La obsesión del Regimen por lograr la pureza de la raza llevó a la creación de estos centros y del robo de miles de niños de territorios ocupados, considerados lo suficientemente arios como para ser reubicados en familias nazis. En el libro se puede ver como los hijos de las criadas han sido “recolocados” en otras familias y separados de sus madres.
No hay que olvidar que Margaret Atwood, nacida en 1939, sabía de primera mano que el orden establecido podía desvanecerse de la noche a la mañana. Según sus propias palabras: “No se podía confiar en la frase: «Esto aquí no puede pasar.» En determinadas circunstancias, puede pasar cualquier cosa en cualquier lugar“.
Si algo sorprende en el libro es la aparente facilidad con la que se instaura la República de Gilead, en una sociedad en la que existen libertades y derechos, pero no hay que olvidar que la Alemania de preguerra no era tan diferente y que nadie, ni los propios judíos, supieron ver lo que se les venía encima. Al igual que en la novela, a los judíos se les fue condenando lentamente, subiendo el fuego poco a poco para que no se dieran cuenta de lo que estaba sucediendo realmente.
Como sus antecesores, Margaret Atwood se sirvió de la realidad que le tocó vivir y construyó con ella la distopía perfecta. Una distopía creada en una época muy diferente a la actual y, sin embargo, inquietantemente parecida. A fin de cuentas, las mejores distopías son las que siguen estando vigentes años después. Las que consiguen ponernos la piel de gallina por su realismo, por su similitud con el presente. Quizás esa sea la mayor alarma: que nunca avanzamos lo suficiente como para que pasen a parecernos pura ciencia ficción.