Budapest nocturna y despedida

 

Lo primero que hacemos al despertarnos es volver al Szimpla Kert. Está cerrado, pero nos dicen que abriran en una hora aproximadamente. No tenemos muy claro con que fin, pero nos sobra para entrar a verlo por si esta noche vuelve a estar completo.

Vamos a dar una vuelta por la zona y a buscar algún sitio donde desayunar. Ilusos de nosotros, nos decidimos por el New York Café, que está relativamente cerca del apartamento y tenemos ganas de conocerlo. El sitio resulta ser impresionante, he visto palacios menos ostentosos que este lugar. La carta, obviamente, está a la altura. Los precios se nos van de las manos, así que decidimos ir a otro sitio más acorde a nuestras posibilidades.

Recorremos algunas librerías en busca del «Mi» («Nosotros», edición húngara) y cuando queremos darnos cuenta, ya ha pasado la hora que teníamos. Volvemos al Szimpla Kert y esta vez si nos dejan pasar. Estamos solos, todavía están limpiando los restos de la fiesta de anoche. La verdad es que el sitio tiene su encanto. Los ruin bar surgieron cuando un grupo de amigos se juntó y decidió montar un bar en un edificio abandonado, a base de objetos y muebles que encontraban en la basura. Luego se fueron creciendo, aquello triunfó y ahora hay bastantes por todo Budapest y, como pudimos ver ayer, tienen un éxito increíble. Este en concreto es el más famoso, tiene varias salas con bar, una especie de cantina para comer, patio… está muy bien, tiene todo ese toque ruinoso que a mí personalmente me chifla y la verdad es que de noche y lleno de gente tiene que ser espectacular, a ver si lo logramos hoy.

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Para quitarnos la espinita del New York café, nos vamos al Café Central. Es menos ostentoso que el primero, pero también tiene historia. Fue abierto en 1887, estuvo cerrado durante la época comunista y después volvió a abrir sus puertas. Frecuentado por intelectuales y escritores, se podía decir que es el Café Gijón de la ciudad. Sin ser el desayuno más económico de nuestras vidas, el precio está bastante bien para el sitio que es. Optamos por la famosa Dobos, la tarta más típica de Hungría y otra de cuyo nombre no logro acordarme, pero que estaba buenísima.

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Para bajar el desayuno, vamos a pie hasta el puente de la Libertad que cruzamos para subir al monte Gellert. En la parte de arriba está la ciudadela, construida en 1848 por los Hasburgo y cuyo objetivo fundamental en la época era el de vigilar. Es por ello que tiene una panorámica imperdible de la ciudad. El calor de la subida es horrible, pero merece totalmente la pena.

Además, arriba encontramos por fin el famoso kürtőskalács relleno de helado. ¡Impresionante! Somos muy fans de este dulce.

Bajamos el monte. Curiosamente por el camino vemos a unos trileros, al parecer por esta zona es frecuente verlos. No sabemos si son turistas de verdad o señuelos, pero hay varias personas jugando.

Seguimos caminando hasta llegar al castillo de Buda, al que también subimos. El acceso a la zona exterior del castillo es gratuito y hay hasta unas escaleras mecánicas. Merece la pena, la verdad es que desde Buda todas las vistas son una maravilla. Es lo que tiene estar en las alturas.

Después de unas cuantas fotos, bajamos hasta el muelle cruzando hasta el Parlamento para coger nuestro adorado ferry. Esta vez compramos el billete de 24 horas de metro, que pretendemos utilizar también mañana para llegar hasta el aeropuerto.

Cogemos el barco dirección sur y hacemos el recorrido completo, que acaba en el Teatro Nacional. Aprovechamos que la parada es de 15 minutos para bajar a verlo y subir al Zigurat. Luego cogemos el mismo ferry de vuelta y hacemos todo el trayecto de nuevo, hasta Isla Margarita.

Esta isla es, básicamente, un parque gigante. Es el lugar de ocio por excelencia para los residentes en Budapest. Tiene una fuente cibernética que dejó encandilado a D., tenemos como un millón de fotos entre su fuente y mis girasoles. Además, con motivo de los Mundiales de Natación, han montado una zona con puestos de comida, pantallas para ver las competiciones, incluso un ALDI en un barracón, donde aprovechamos para comprar algo de comer. También hay baños públicos…¡y gratuitos! Una de las pocas cosas que no me han gustado de Budapest es que la mayoría de los baños públicos son de pago, en torno a los 150-200 HUF por persona. Aprovechamos para rellenar botellas de agua y refrescarnos.

Además, hay puestecillos promocionales de distintas compañías húngaras. En una, por hacernos un selfie con un cartelito que tienen, nos regalan una batería externa para el móvil. Encantados nos vamos de allí, obviamente.

Volvemos cruzando el puente y nos vamos hacia el Parlamento. La verdad es que este edificio te quita el aliento cada vez que te cruzas con él, es espectacular. Sólo me arrepiento de no haber conseguido entradas para ver su interior, cuando quise reservarlas ya estaba todo completo (entiendo que los mundiales habrán tenido algo que ver).

Regresamos al Monumento de los zapatos del Danubio. Esta vez, con la luz del atardecer. Este monumento, representa a los judíos que fueron fusilados a orillas del río durante la II Guerra Mundial. Más de 20.000 personas fueron asesinadas. Hombres, mujeres y niños. Se dice que 1 de cada 10 víctimas del holocausto fue de origen húngaro. No se puede decir mucho más sobre esto, creo que ya escribí todo lo que fui capaz de escribir al respecto tras nuestra visita a Auschwitz.

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Caminamos hasta la Catedral de San Esteban, con toda la intención de entrar… pero está cerrada. Así que nos quedamos con las ganas y, a la vez, tenemos excusa para volver.

Vamos a cenar al Blue Rose. Un restaurante que nos han recomendado bastante. Pedimos lo que nos parece más típico: pancakes al estilo Hortobágy, Pollo Mátrai Borzaska style y Delacy of Somló. También la famosa sopa fría de frutas húngara, que resulta estar riquísima. Estaba todo muy bueno, aunque el personal no nos pareció muy amigable.

Como es bastante pronto, hemos tenido que cenar a las 8:30 para que no nos cerraran la cocina, optamos por ir al apartamento a ducharnos y cambiarnos de ropa. Se agradece después de una tarde de tanto calor.

Esta noche toca fotografía nocturna, así que cogemos el autobús 16 en la Plaza de Sissi para subir al Bastión de los Pescadores. Nos quedamos boquiabiertos. La ciudad está preciosa, con las luces reflejadas en el Danubio. Nos quedamos como embobados durante un buen rato.

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Bajamos hasta la orilla del río, para hacer fotos del Parlamento. La pena es que justo enfrente están construyendo algo y tienen todo vallado, por lo que tenemos que conformarnos con hacer las fotos un poco de lado.

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Seguimos a pie hasta el Puente de las Cadenas para seguir con las fotos. Lo cruzamos con intención de seguir a pie hasta el Puente de la Libertad pero, de repente, se apagan las luces. Miramos el reloj: la 1. Se nos ha pasado el tiempo volando. No sabíamos que apagaban las luces, así que nos lo estábamos tomando con calma. Nos quedamos sin ver el resto de la ciudad iluminada, más razones para volver.

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Volvemos a pie a la Plaza de Sissi, que está repleta de gente joven tomando algo a orillas de la fuente. El ambiente es genial, así que nos quedamos en la terraza del Aquarium probando el famoso Palinka, un licor muy popular aquí.

Después regresamos al apartamento. Hacemos una última intentona de entrar al Szimpla Kert pero está peor que ayer, se nota que es viernes. Lo descartamos y nos vamos a la cama. Con la tontería, hoy hemos caminado 27 kilómetros, el récord del viaje.

Mañana volamos a las 10 de la mañana, así que nuestro periplo por Budapest ha terminado.